Historias de droga y sangre hechas música Cuando las pistolas cantan Por: David Mayorga

Les comparto el siguiente articulo publicado en el periódico El Espectador por el periodista, colega y amigo David Mayorga.

Cito el enlace correspondiente: http://www.elespectador.com/impreso/internacional/articuloimpreso-cuando-pistolas-cantan


Foto: EFE
“Al hogar y al comercio”, dijo Sandra Ávila a los policías federales cuando le preguntaron a qué se dedicaba. El video no tardó en filtrarse a la prensa y de ahí a internet. El propio presidente de México, Felipe Calderón, les confirmó a los periodistas el logro de las autoridades: habían capturado a la Reina del Pacífico, la misma que coordinaba la entrada de droga colombiana al país para el Cartel de Sinaloa.

Ávila fue recluida en una cárcel para mujeres en Ciudad de México mientras esperaba su extradición a Estados Unidos. De inmediato corrió un rumor: la habían visto en una fiesta en la Sierra Madre, las montañas de Sinaloa donde se esconden los cultivos de coca y marihuana, en 2004. Pero nadie puede confirmar a ciencia cierta si en realidad asistió.

Los únicos que aseguran esto son Los Tucanes de Tijuana, el grupo musical señalado de vínculos con los carteles mexicanos de la droga. “Era la famosa Reina/ del Pacífico y sus playas/ pieza grande del negocio,/ una dama muy pesada”, reza el tema Fiesta en la Sierra.

La canción popularizó a Ávila, pero su figura aún no es inmortal; no tiene el mismo nivel de su jefe, Joaquín Chapo Guzmán, el Don de la mafia sinaloense. O de Los Zetas, el megacartel denunciado por la DEA el pasado mayo, pero conocido y admirado por los amantes del narcocorrido desde años atrás.

Este género, para alarma de las autoridades, ha hecho que el capo se convierta en héroe, incluso en mártir. “Es el vehículo para difundir la vida y obra de los narcotraficantes y sus seguidores, originarios en su mayoría de zonas rurales y localidades del norte, donde es habitual el asesinato de policías y delincuentes. Allí las canciones tienen una gran aceptación”, asegura Noemïe Massard, investigadora cultural francesa.

La historia del narcocorrido está ligada a la del Estado mexicano. Durante la época de la Revolución (1910-1920), el pueblo se enteraba de las noticias de la guerra a través de los corridos: polkas y valses que inmortalizaron las acciones de Pancho Villa y compañía contra la dictadura. Estas canciones hacen parte de la historia nacional y sus protagonistas son héroes.

Para los años 50, las hazañas tenían otros protagonistas: los contrabandistas que encontraron en el tráfico de droga a Estados Unidos la forma perfecta para ganar respeto e inmortalidad. De hecho, el primer narcocorrido se compuso en 1934.

Los años 70 trajeron consigo la crisis mundial del petróleo, que arruinó la economía mexicana con una inflación superior al 20% anual. La inmigración se convirtió en la mejor salida y EE.UU. en el destino elegido, pero los trabajos al otro lado de la frontera eran mal remunerados. Por ese entonces el narcotráfico estaba en pleno auge; el narcocorrido se convirtió en el vínculo con el terruño, y el comercio de droga en la vía para salir de pobres.

Los campesinos mexicanos no tardaron en reemplazar sus cosechas por cultivos más rentables. La canción El agricultor así lo consigna: “Por ambición al dinero/ me metí en el contrabando/ no soporté la pobreza/ las promesas me cansaron/ me estaba muriendo de hambre/ y todo por ser honrado”.

En los años siguientes surgieron las agrupaciones musicales, conformadas por inmigrantes, que hicieron del género el vehículo para crear una “narcocultura”. Los Tigres del Norte, Los Tucanes de Tijuana y el Grupo Exterminador convirtieron el narcocorrido en fuente de historias, y a los capos en héroes contra el hegemónico régimen del PRI en México.

Las disqueras del sur de EE.UU. encontraron en este género un negocio lucrativo para los inmigrantes nostálgicos y en internet una difusión asegurada. “Aproximadamente un 95% de las ventas en México son piratas”, dice el escritor estadounidense Elijah Wald. El Gobierno, desde entonces, busca descalificarlo por su clara apología al delito.

“Cuenta la realidad de otra manera. Narra las cosas como están pasando, sin tapujos, en forma de música”, piensa Gabriel Acuña, promotor de música norteña en Colombia. De ahí que los intentos por prohibirla fracasen, como el pacto de 2006 en Baja California, para impedir su difusión por radio y televisión; a los pocos meses, los medios volvieron a incluir narcocorridos en su parrilla.

La conexión colombiana

Sandra Ávila no cayó sola. El 28 de septiembre de 2007, unas horas después de su captura, las autoridades mexicanas apresaron a su amante: Juan Diego Espinosa, El Tigre. Resultó ser sobrino de Don Diego y el segundo hombre en la estructura del Cartel del Norte del Valle. Dicen que lo delató el acento colombiano.

En su honor nunca compusieron una canción, pero la detención confirmó los estrechos vínculos entre los dos países alrededor de la droga.

De acuerdo con Luis Enrique Montenegro, ex director del DAS, el narco mexicano quiere emular a una triste figura del hampa colombiana. “Allá el mafioso quiere acercarse al perfil que tenía Pablo Escobar. En los allanamientos que ha hecho la Policía, encuentra enmarcada la fotografía de Escobar vestido como Pancho Villa”, asegura.

Pero también existen diferencias. El sicario colombiano se moviliza en motocicleta y asesina a sus víctimas con pistola. En México, les llaman pistoleros, pero se mueven en camionetas y atacan con fusiles R-15 y AK-47 (los llamados “cuerno de chivo”).

El narcocorrido llegó a Colombia a finales de los años 70, cuando las Hermanitas Calle adaptaron La banda del carro rojo al estilo carrilero. Posteriormente, en los 90, la serie discográfica Corridos Prohibidos inmortalizó el género en tierras de cumbia.

Sin embargo, los mafiosos colombianos, a diferencia de sus socios mexicanos, aprendieron a asumir un bajo perfil. “No se encuentra una canción a nombre de Chupeta. Pueden contar la historia de su captura, pero no le hacen una oda”, sostiene el periodista Pablo Sánchez. En México, un capo puede pagar entre 5 mil y 50 mil dólares por una canción que relate sus hazañas.

En lo que sí coinciden es en la naturaleza del negocio. Actualmente las mafias de ambos países manejan rutas conjuntas y

se dividen las ganancias. “Hay un megacartel del Pacífico, que va desde Buenaventura hasta Culiacán y Oaxaca”, sostiene Montenegro.

El tráfico de droga se ha convertido en una obsesión para las autoridades binacionales, que intentan combatirlo a todo nivel. Incluso, en el musical. Tarea bastante difícil, de acuerdo con Acuña: “En las presentaciones, los grupos norteños incluyen narcocorridos. Es una realidad que no se puede dejar de lado”.

Los Tucanes opinan lo mismo y deciden expresarlo en sus propios términos con el tema Gripa colombiana: “Vamos a brindar señores/ porque todo mundo goce/ y que México y Colombia/ sigan manteniendo el roce”.

La “amenaza” por cantar corridos en Colombia

El disco que despertó el furor por el narcocorrido en el país se llama Corridos prohibidos. Su primer volumen salió a la venta en 1996 y de inmediato las autoridades impidieron su promoción por radio y televisión.

A pesar del veto oficial, sus promotores decidieron comercializarlo por todos los pueblos del país. “En Guaviare y Arauca sus temas se convirtieron en himnos de los cocaleros”, sostiene el periodista Pablo Sánchez.

Uno de los artistas en ganar reconocimiento con esta producción es Uriel Henao. En 2002 se lanzó, en el sexto volumen de la serie, el tema musical Historia de un guerrillero y un paraco, donde dos enemigos se matan en una cantina. Fue un éxito instantáneo; tanto, que un noticiero de televisión acusó a Henao de ser el intérprete oficial de los paramilitares.

Según Alirio Castillo, productor de Corridos prohibidos, por esta aseveración Henao fue amenazado y tuvo que esconderse hasta la retractación del medio de comunicación.

Otra cosa dice el cantautor: “Fue un malentendido. Me dijeron que no lo cantara durante una gira por el Guaviare”. Henao cree que todo fue una estrategia para vender el disco y no volvió a grabar con Castillo por un año.

Las voces apagadas

El año pasado las autoridades mexicanas enfrentaron con asombro la ola de muertes de narcocorridistas. Una de las más sangrientas fue la de Valentín Elizalde.

La noche del 25 de noviembre de 2006, en Reynosa (México), Elizalde fue ejecutado. Sicarios lo alcanzaron a la salida de un concierto y dispararon varias ráfagas contra su camioneta.

Las autoridades encontraron en la escena del crimen unos 70 casquillos fusiles R-15 y AK-47; su cuerpo recibió al menos ocho impactos de bala.

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